Al salir de la tiendecita, me encontré a los adultos de mi grupo, quienes me dijeron, también entre risas, que ni el autobús ni el conductor estaban donde les habíamos dejado. Bromean, pensé.
Me acerqué donde habíamos aparcado y comprobé que efectivamente no había rastro del conductor ni del autobús. Entonces le llamé, yo no perdía la esperanza de poder comunicarnos como fuera. Él me volvió a decir en inglés: «10 minutes».
El grupo seguía de muy buen humor, lo cual yo agradecía enormemente, y comenzamos a hacer bromas sobre lo que estaba ocurriendo.
Por fin apareció el conductor. ¡Aleluya! Subimos al autobús, arrancó y todo parecía ir bien. Hasta que el profesor, que estaba sentado detrás del conductor, hizo una broma diciendo que quizá este había ido a vender en el mercado negro todas nuestras pertenencias que estaban en el maletero. De repente, el conductor se giró y nos miró extrañado. ¡No! ¡Horror! ¡Había entendido la broma y no parecía haberle hecho mucha gracia! ¡Tierra,trágame! Por lo visto, comprendía bastante más inglés de lo que yo había pensado.
Fue una gran lección para no subestimar los idiomas que la gente a tu alrededor puede comprender, aunque sepas o pienses que no los hable.
Continuamos el viaje y aunque tarde, conseguimos llegar a nuestro destino.
Mientras todo eso ocurría, yo había estado en contacto telefónico permanente con el responsable de mi empresa en esa zona de Grecia. Este vino a la cena a explicarme lo ocurrido, en inglés, no en griego 😉 afortunadamente.
Resulta que en la zona había una serie de gasolineras mafiosas donde mezclaban la gasolina con agua. Y eso es lo que le había ocurrido a nuestro autobús. Así que el conductor tuvo que ir a algún lugar a vaciar el depósito y llenarlo de nuevo en otra gasolinera.
Desde luego que en la vida, cada día se aprende algo, pero en un tour, se aprenden muchas muchas cosas.