Contesté que sería mejor continuar con la clase magistral en el hotel porque la recepción era muy grande y quizá allí podríamos encontrar una zona donde hacer la demostración con cierta discreción… Les dije esto pensando que su petición era una broma y se les olvidaría en cuanto llegáramos en el hotel. Pero no fue así. Ya en recepción todas esas mujeres (y el hombre) me rogaban que les diera las explicaciones pertinentes. Yo me debatía y me daba vergüenza pero también me estaba divirtiendo mucho y, además no era una tontería lo que me pedían. Así que accedí y comenzó el delirio.
Les pedí que me rodearan para que nadie fuera de nuestro grupo viera semejante actuación. Eso hicieron, y yo viví uno de los momentos más disparatados de mi vida en tour: verme rodeada por cuarenta mujeres (y un hombre) explicándoles la utilización del bidé y respondiendo a sus preguntas del tipo:
— El chorro, ¿por dónde sale?
— ¿Qué se siente?
— ¿Hace daño o es agradable?
— ¿Qué ocurre si sale por arriba? ¿Y por abajo? Etc…
Yo estaba sembrada y no podía parar de hacer bromas y comentarios, lo que contribuyó a que fuera una noche memorable y delirante. Al día siguiente varias de las mujeres me agradecieron mi actuación, tanto por las risas como porque habían practicado en el bidé de su habitación y les había gustado mucho la experiencia. A otras les resultó muy extraño.
Una de las cosas más curiosas fue cuando al cabo de unos días, ya terminado el tour, recibí un mensaje de una de ellas pidiéndome que le confirmara si el bidé se utilizaba con toda la ropa puesta o solo con una parte… También quería saber en qué circunstancias se usaban los bidés. A gusto del consumidor, creo recordar que contesté…
Cuando ocurrió esta anécdota yo ya llevaba muchos años de guía y pensaba que ya había explicado todo lo que se puede explicar en un tour. Pero no, aquella noche fue un recordatorio de cómo nunca deja de sorprender las cosas tan dispares que se viven en esta curiosa profesión.