Serían ya más de las 2 de la mañana y en menos de 5 horas el grupo debería estar despertándose para prepararse y continuar rumbo a Francia. Era un tour de dos semanas con estudiantes y profesores de EE.UU por España, Francia e Italia. El grupo estaba compuesto de dos escuelas que no se conocían entre sí, la de John y la de una profesora.
Cada vez que me imaginaba cómo sería el día de viaje que me esperaba, por la falta de sueño y el estrés vivido, me daban ganas de echarle una gran bronca a Amy en cuanto estuviera en condiciones.
A los pocos minutos por fin pudimos verla. Tenía un aspecto deplorable: todo el maquillaje corrido, muy mala cara y muy poca ropa.
Nada más verme se echó a mis brazos y me pidió perdón. Llorando me dijo:
—Tengo problemas de alcoholismo desde los 12 años.
Se me encogió el alma y la abracé fuerte. Alcoholismo desde los 12 años. Terrorífico. Le dije que lo sentía mucho. Y que en este momento lo más importante era darse cuenta de que no le había pasado nada grave. Pero que su profesor tenía que hablar con ella.
Él tenía muy claro que debería devolverla a casa lo antes posible. Había roto un trato muy importante, ya no confiaba en ella y era peligroso que continuara viajando por Europa. Además, sería muy mal ejemplo para sus compañeros y un gran riesgo para la vida profesional del profesor. Estos profesores que se responsabilizan de los estudiantes en los viajes son dignos de toda mi admiración.
Nos subimos los tres al taxi y John habló con ella. Al llegar al hotel yo empecé con las llamadas pertinentes a mi empresa para pedir la devolución de la menor y su billete de vuelta. Esto me mantuvo despierta al menos otra hora más.
Amy entendía que tenía que ser expulsada del tour tras lo que había hecho. Y lloraba desconsoladamente porque decía que sus padres, divorciados, se “iban a pasar la pelota” como siempre hacían. Al parecer vivía unos años con el padre en un estado y otros en otro estado con la madre.
El seguro no cubría los gastos de la repatriación, así que no les queda otra que ponerse de acuerdo y pagar como fuera el billete de vuelta. De eso se encargaba mi empresa, menos mal…
En recepción, Amy seguía llorando con gran angustia y se sentía muy avergonzada por lo que había hecho. Además le daba mucha vergüenza subir a la habitación que compartía con dos amigas. Yo le decía que la entendía pero que me temía que no había otra opción. Le propuse hablar yo con sus compañeras antes de ella que subiera y me lo agradeció.
Primero las llamé por teléfono (sería las 3am) para explicarles que su amiga había aparecido y que teníamos que hablar con ellas. Después subí con Amy y la dejé haciendo su maleta entre sus llantos y el estado de shock de sus amigas. Fue una situación bastante dura y triste. Me despedí de Amy con un abrazo y el corazón encogido.
Al llegar a mi habitación y recibí una llamada de mi empresa, habían conseguido un billete para la mañana siguiente.
Para añadir más leña al asunto nos encontrábamos con otro problema: los padres habían pedido que al ser menor debería ir acompañada, o por una persona de la compañía aérea o por el profesor. John no podría acompañarla porque era responsable del resto de sus alumnos, así que llamé a la compañía aérea y me explicaron que este servicio para menores había que pedirlo con un mínimo de antelación 24 o 48 horas, según la compañía.
Lo máximo que podría hacer John era acompañarla al aeropuerto y ayudarla a facturar. Para ello tendríamos que retrasar el viaje al menos una hora, pero no viajábamos solos… John era muy consciente de que el otro grupo no debía verse afectado por lo que hubiera hecho su estudiante y me preguntó cómo podría reunirse con nosotros en el siguiente destino.
Yo sabía que sería complicado porque haríamos noche en una pequeña ciudad de Francia y para llegar ahí el transporte no era sencillo ni rápido. Así que le plantee la opción de hablar yo con la otra profesora, explicarle lo sucedido y preguntarle si nos autorizaba a retrasar el comienzo del día una hora. De esta manera daría tiempo a esperar a que él volviera del aeropuerto y después continuar el viaje.
Ese día podíamos ser un poco flexibles con el tiempo porque no había demasiadas actividades a las que tuviéramos que llegar a una hora exacta. Además la cena sería en el hotel, y cuando eso ocurre los cambios de hora suele ser menos complicados que si se cena en un restaurante.
La profesora accedió sin problemas a mi petición. Hablaría con sus estudiantes y yo se lo agradecí enormemente.
La noche anterior, antes de la desaparición de Amy, yo había fijado las 8:30 a.m. para salir del hotel. A esa hora tenía ya a 40 personas preparadas para ir a Francia…Hasta ese momento solo unos pocos sabían lo que había acontecido la noche anterior.
Cuando la profesora me confirmó que podíamos retrasar la salida pensé qué hacer con un grupo de estudiantes y profesores a las 8:30 a.m. durante una hora en Barcelona, lo que calculé tardaría John en regresar del aeropuerto. Se me ocurrió llevarles al parque de la Ciudadela, no sin antes explicar brevemente lo sucedido al conductor para que entendiera el cambio de planes.
Finalmente fue una mañana agradable para el grupo. Unos pasearon por el parque y otros tomaron café. Así que pasaron una hora relajados, lo cual siempre es de agradecer en este tipo de viajes.
Yo, mientras me tomaba más de un café, estaba en contacto por móvil con John. Afortunadamente en esta época ya era común que al menos los profesores llevaran teléfono móvil cuando viajaban a Europa. Todo estaba en orden y, tal y como habíamos planeado, sobre las 10 a.m. se reuniría con nosotros para continuar el viaje a Francia.
Para esa hora yo ya llevaba tres cafés encima… El resto del día creo recordar que fue tranquilo, aunque había una inevitable tensión en el grupo. Había sido una gran lección. Creo que ese día todos fuimos conscientes de cómo a los profesores no les queda más remedio que cumplir con su palabra cuando los estudiantes rompen las reglas más básicas.
Durante más de una década he viajado con adolescentes y he podido comprobar que, por lo general, cuanto peor es su comportamiento mayores problemas tienen. Son adolescentes a los que no se les ha enseñado cómo gestionar su vida. Y viajar les enseña muchas cosas: a madurar, a ver cómo se manejan lejos de la protección o de la celda del hogar en algunos casos y, en definitiva, a gestionar las emociones. Algo que deberíamos haber aprendido todos desde la escuela primaria y que espero algún día se llegue a hacer. Seguramente sería una de las asignaturas más beneficiosas para la vida.
¿Qué opinas?
Yo estoy muy de acuerdo contigo Vera. La palabra dada hay que cumplir la aunque les duela a todas las partes implicadas.
Y en cuanto a aprender a manejar las emociones tb opino que es algo que hay que aprender desde pequeños, lo que no tengo tan claro es que sea menester de la escuela. Creo que es la familia la que tendría que hacer eso…. El problema tb radica en que la familia suele estar tb super perdida en el tema y entre que no saben como hacerlo y en que delegan la responsabilidad a los maestros al final nadie lo hace y los niños cuando llegan a la adolescencia les explotan los problemas en la cara…. No se, quizá la única solución que se me ocurre sería crear cursos de formación en manejo emocional para los padres para que así estos pudieran pasar ese conocimiento a sus hijos, tanto con palabras como con actos…. Sobre todo con el ejemplo, si sus hijos ven que sus padres son capaces de manejar sus emociones a ellos les parecería algo normal y lo aprenderán por el método que siempre funciona… Copia lo que ves.